¿De qué depende el tamaño de la barriga en las embarazadas?

Ni bien comienza a crecer la barriga durante el embarazo, muchos se lanzan a adivinar no sólo el sexo del bebé, sino también el tamaño que tendrá o la fecha en la cual nacerá, y todo ello valiéndose de la forma o las dimensiones del abdomen de la futura madre. Pero lo cierto es que todo este tipo de apreciaciones carecen de validez debido a que no son más que mitos que forman parte del imaginario popular.

También es común que surjan dudas acerca del tamaño de la barriga, pues algunas en apariencia crecen más que otras. Sin embargo, los expertos sostienen que cada embarazo es único y, por lo tanto, existen múltiples factores que condicionan la apariencia del abdomen de una embarazada. Por un lado, influye la edad gestacional, por lo que el abdomen será más prominente cuanto más avanzada esté la gestación. De todos modos, el crecimiento de la barriga no depende sólo del tamaño del bebé, pues puede ocurrir que dos mujeres con el mismo tiempo de embarazo y un feto de parecidas características tengan barrigas totalmente distintas.

El perímetro abdominal, a su vez, tiene mucho que ver con el tono muscular. Así, por ejemplo, el aumento de peso se hará más notorio en aquellas mujeres que posean poco tono muscular en el abdomen, sobre todo en segundos embarazos.

La posición del feto es otro de los factores determinantes. Si el bebé está ubicado con la espalda junto a la columna de la madre y las piernas hacia adelante, el abdomen puede verse más en punta. En cambio, si el feto se encuentra en posición vertical o próximo a la cara posterior del útero, es probable que la tripa no sea muy abultada.

Además, hay que tener en cuenta la anchura de la pelvis de la futura madre. Cuanto más estrecha sea, menos se encajará el bebé y mayor será el volumen de la barriga.

Otros factores que inciden en el tamaño de la barriga son el sobrepeso o la cantidad de líquido amniótico.

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Polihidramnios: Exceso de líquido amniótico

Lo usual es que la cantidad de líquido amniótico aumente hasta el inicio del tercer trimestre del embarazo, alcanzando su nivel máximo entre las 34 y 36 semanas. Luego, empieza a disminuir de manera gradual hasta el parto.
El exceso de líquido amniótico se conoce como polihidramnios, problema que afecta aproximadamente al 1 por ciento de los embarazos.
El médico podrá sospechar que la mujer tiene mucho líquido amniótico en caso de que el útero esté creciendo más rápido de lo normal, o ante la presencia de malestares en la zona del abdomen, dolor de espalda, falta de aire e hinchazón excesiva en los pies y tobillos. Y para confirmar sus sospechas, se le realiza a la embaraza una ecografía.
En general, los especialistas desconocen cuales son las causas de la mayoría de los casos de polihidramnios, sobre todo cuando son cuadros leves. De todos modos, algunos de los desencadenantes más comunes son:
Diabetes materna
Aquellas embarazadas que padezcan diabetes y no puedan controlar de manera adecuada la enfermedad, son más propensas a tener niveles altos de líquido amniótico. Según datos estadísticos, cerca del 10 por ciento de las embarazadas diabéticas sufren polihidramnios, principalmente durante el tercer trimestre.
Embarazo múltiple
Las embarazadas de mellizos, gemelos o más bebés, tienen un riesgo mayor de presentar niveles altos de líquido amniótico. Incluso, en el caso de un embarazo de gemelos existe la posibilidad de que se produzca el síndrome de transfusión intergemelar, que es cuando uno de los gemelos genera mucho más líquido que el otro.
Anomalías genéticas
Los bebés que poseen altos niveles de líquido amniótico, tienen más probabilidades de padecer una anomalía genética, como por ejemplo síndrome de Down.
Anomalías fetales
Aunque no se suele dar con frecuencia, puede que el bebé presente un problema médico o un defecto congénito por el cual deja de tragar líquido amniótico en tanto que sus riñones siguen produciendo más orina. Esto se puede deber a ciertas complicaciones, como estenosis pilórica, obstrucción del tubo digestivo, labio leporino o fisura palatina. Además, determinados problemas neurológicos, como la hidrocefalia o los defectos del tubo neural, también pueden llevar al bebé a que deje de tragar.
Anemia fetal
En raras ocasiones, la polihidramnios puede presentarse por una anemia grave en el bebé causada tanto por una incompatibilidad de Rh como por una infección como la quinta enfermedad.

Oligohidramnios en el embarazo

Normalmente, la cantidad de líquido amniótico va aumentando hasta el inicio del tercer trimestre del embarazo, llegando a su punto máximo etre las 34 y 36 semanas, que suele ser de alrededor de un litro. A partir de entonces y hasta el momento del parto, comienza a disminuir gradualmente.
La presencia de poco líquido amniótico es un problema que se denomina oligohidramnios. Por el contrario, cuando se tiene demasiada cantidad se llama hidramnios o polihidramnios. En tal sentido, cerca del 4 por ciento de las embarazas poseen niveles bajos de líquido amniótico en alguna etapa de la gestación, generalmente durante el tercer trimestre.
La pérdida de líquido, el tamaño del útero menor a lo normal para el momento del embarazo que se esté transitando o la disminución de los movimientos fetales, son sólo algunos de los indicios que pueden llevar al médico a pensar que la mujer posee poco líquido amniótico. Además, el profesional realizará un mayor seguimiento en aquellas embarazadas que hayan tenido ya un bebé con bajo crecimiento, padezcan de hipertensión arterial crónica, lupus, preeclampsia o diabetes, e incluso cuando se ha sobrepasado la fecha de parto.
No siempre es posible saber que es lo que está causando la existencia de un nivel bajo de líquido amniótico. Lo cierto es que cuanto más tarde surja esta complicación, menos consecuencias tendrá para el bebé.
Entre las causas más comunes de oligohidramnios se encuentran la rotura de membranas, que incrementa el riesgo de infección por el ingreso de bacterias al saco amniótico, problemas de placenta, como puede ser el desprendimiento parcial de la misma, ciertas afecciones, como preeclampsia, hipertensión, lupues o diabetes. A ellas se le agregan los embarazos múltiples y las anomalías congénitas del feto.

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Desprendimiento de placenta: Posibles causas y síntomas

La placenta es el órgano que le permite al bebé alimentarse durante la gestación. Se encuentra adosada a la cara interna del útero y sus características genéticas son iguales a las del bebé, puesto que ambos se forman al mismo tiempo.
Luego de producirse la fecundación las células forman al bebé y a la placenta, que se mantiene unida al feto por medio del cordón umbilical. El cordón transporta la sangre del bebé con desechos y sin oxígeno hacia la placenta, mediante la cual se produce el intercambio con la madre, devolviéndole al feto sangre oxigenada y rica en nutrientes. De modo que la placenta es una especie de filtro que nutre y protege al bebé, elimina los desechos, y aisla al pequeño de agresiones internas y externas.
Una de las alteraciones que puede presentar este órgano es el desprendimiento de placenta. Lo habitual es que la placenta se desprenda de las paredes del útero luego del parto, pero si esto sucede antes las consecuencias son realmente serias, pues dicha separación disminuye de forma drástica el intercambio materno-fetal, corriendo el bebé riesgo de muerte por la falta de oxígeno y nutrientes.
Si bien no es algo que suceda habitualmente, el desprendimiento de placenta se da en uno de cada 150 casos. Se desconocen los motivos que generen dicho problema, pero los especialistas piensan que puede deberse a  una lesión en el abdomen producto de un golpe o accidente, o por la pérdida de líquido amniótico.
Ciertos factores como el tabaquismo, la diabetes, la edad avanzada de la embarazada, trastornos en la coagulación de la sangre, el consumo de drogas o de alcohol, entre otros, favorecen el desprendimiento.
Los síntomas que pueden alertar sobre un desprendimiento de placenta van desde dolor abdominal, contracciones uterinas y sangrado vaginal, hasta dolor de espalda. Por lo que ante la presencia de cualquiera de estas señales es necesario consultar inmediatamente con el médico, quien indicará la realización de diversas pruebas para poder constatar el estado real del bebé. Lo más común en estos casos es realizar monitoreo fetal, conteo sanguíneo completo o ecografía abdominal y vaginal.
En base a los resultados que arrojen las pruebas, las medidas que adopte el médico dependerán del estado de la madre y el bebé. Pueden administrarse líquidos por vía intravenosa e incluso realizar una transfusión de sangre. En caso que el problema sea grave y el bebé se encuentre maduro, puede practicarse una cesárea de urgencia. Pero si el bebé no está listo y el desprendimiento no reviste demasiada gravedad, los profesionales seguramente optarán por mantener hospitalizada a la madre para su observación.

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Los bebés aprenden a alimentarse impulsados por el olor de sus madres

Un estudio desarrollado recienemente por investigadores del Wellcome Trust Sanger Institute, en el Reino Unido, sobre cómo los bebés recién nacidos se prenden intuitivamente al pecho de la madre para alimentarse, dio a conocer que los pequeños reconocen el olor de sus madres para alimentarse.

Aprender a succionar con tan sólo unas pocas horas de vida constituye un paso elemental para la supervivencia de los recién nacidos, puesto que los mamíferos, entre los que se encuentran los humanos, tienen que empezar a alimentarse practicamente de manera inmediata tras su nacimiento. Y dicho proceso se da gracias a la biología del instinto.

Al realizar el mencionado estudio, los investigadores aguardaban hallar una feromona que controle la succión en ratones, sin embargo han descubierto un mecanismo completamente distinto. De modo que pudieron demostrar que los ratones no reaccionan a una feromona sino más bien a una respuesta aprendida, la cual se basa en una combinación de olores: el olor de la madre.

Para dar con los olores que participan en el aprendizaje de la lactancia, los especialistas trabajaron con ratones recién nacidos mediante cesárea, que fueron acercados a senos que habían sido previamente lavados y sumergidos en fluidos, como la leche materna, la saliva de las madres, el líquido amniótico y la orina, que son básicamente los olores a los que los bebés están expuesto al nacer. Según los resultados obtenidos, sólo los pechos que habían sido sumergidos en líquido amniótico fueron los que impulsaban a las crías a amamantarse.

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Los riesgos de la amniocentesis

La amniocentesis es una prueba invasiva que implica un riesgo mínimo de pérdida fetal, de apenas el 1 por ciento. Por lo que decidir realizarse o no esta prueba no resulta para nada fácil.
Dicho estudio sirve para el diagnóstico precoz de anomalías cromosómicas en el bebé, pues estudia todo el cariotipo del feto, lo cual permite interrumpir el embarazo en caso de que existan.
Es bueno saber que el 95% de las amniocentesis efectuadas arrojan resultado negativo; lo cual indica que el bebé está sano.
Las anomalías que se presentan con mayor frecuencia son las trisomías del par de cromosomas 21, que indica Síndrome de Down;  así como las del 13 y 18, aunque en este último caso los bebés no suelen sobrevivir luego de nacer.
La amniocentesis es recomendada en los casos en los que el test de riesgo da positivo, en las madres mayores de 35 o 38 años, cuando existen antecedentes de hijo o feto con anomalías cromosómicas o malformación asociada con cromosomopatía y cuando los progenitores portan alteraciones cromosómicas.
De todos modos, aquellas mujeres mayores de 38 años a las que el test de riesgo les ha dado negativo deberían realizarse la amniocentesis, pues puede que se trate de un falso negativo. Vale aclarar que la posibilidad de tener un hijo con Síndrome de Down es mayor en las mujeres de entre 35 y 38 años, y aumenta aún más cuando se supera esa edad.
Esta prueba debe ser realizada alrededor de la semana 15 o 16 de gestación, ya que en este momento el riesgo de aborto es menor y hay líquido amniótico suficiente para su realización.
El riesgo de pérdida fetal se debe a que al pinchar la bolsa amniótica puede que la misma se rompa en las 48 horas siguientes de haberse efectuado la prueba, aunque es no es común que esto suceda. De todos modos, si se llegara a producir pérdida de líquido amniótico, esto puede solucionarse con reposo hospitalario.

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Riesgos del embarazo prolongado

Entre 37 a 42 semanas es lo que dura un embarazo normal. Cuando se sobrepasan las 42 semanas, contando a partir de la fecha de la última menstruación, es considerado un embarazo prolongado y, por ende, de alto riesgo. Dicha situación, ocurre con mayor frecuencia en mujeres menores de 35 años, generalmente madres primerizas.
Normalmente, se aguarda hasta la semana 41 y, en caso de no desencadenarse el parto,  se evalúa a través de ultrasonidos realizar una inducción o una cesárea para evitar futuras complicaciones. Para ello,  se lleva a cabo un seguimiento al estado de salud del bebé, evaluando los movimientos fetales, la frecuencia cardíaca y el funcionamiento de los órganos, entre otras cosas; la cantidad de líquido amniótico, ya que si disminuye  puede provocar trastornos en el feto; el buen funcionamiento del cordón umbilical para asegurar la buena nutrición del bebé, caso contrario habrá sufrimiento fetal; el estado de la placenta, pues si está madura no garantiza la nutrición del bebé, corroborar si el bebé elimina materia fecal (meconio), a través de la observación del líquido amniótico; y la madurez de los pulmones, para verificar si el bebé se encuentra preparado para respirar por sus propios medios.
Mientras no existan problemas en la gestación, se suele aguardar hasta la semana 42 para hacer una inducción del parto o una cesárea. Pasado ese lapso, se corre el riesgo de que el bebé aspire el meconio a sus pulmones.

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Calostro el «Oro líquido»

 

 

calostro

 

El «Oro líquido» así a sido apodado al calostro por varios especialistas por su gran importancia en la lactancia materna.

El calostro comienza a elaborarse en los pechos de las mujeres durante el quinto o sexto mes de embarazo, para estar listo para la ingesta del bebé en su nacimiento.

Algunas de las características que tiene el calostro son que contiene una composición alta en IgA, inmunoglobulina y agente antiinfeccioso; esto significa que tiene todo lo necesario que un bebé necesita para defender su salud durante los primeros días de su vida. De ahí que los especialistas lo llaman el «Oro líquido«.

El sabor del calostro es muy similar a del liquido amniótico, así que el bebé  no sentirá ninguna clase de rechazo por su gusto,  ya que el bebé está acostumbrado a ingerirlo y sentirá una continuidad luego del parto.

 El calostro se va modificando con el paso de los días y va modificando su composición para beneficiar el crecimiento del bebé, esto sucede despues de los cinco o seis días posteriores al parto. Convirtiendose en una leche de transición más acuosa que la que tomará el bebé en forma definitiva.

Esta leche de transición posee características del calostro y de la leche materna definitiva, esta etápa dura aproximadamente 2 o 3 semanas.