La mollera, a la cual se conoce también como fontanela, constituye una de las zonas más delicadas del cuerpo de los bebés, pues los huesos de la cabeza aún no se han cerrado completamente para permitir el crecimiento del cerebro. De modo que éste se halla tan solo protegido por una capa de piel. Por consiguiente los padres y familiares de bebés recién nacidos deben tener ciertas precauciones para el cuidado de los niños porque una mollera caída es riesgosa para la vida del bebé. Por ello, es de vital importancia tener extremo cuidado al manejarlos, para evitar golpes o problemas en ese punto tan frágil.
En los bebés calvos, la mollera puede apreciarse a simple vista y se nota que se trata de una zona sensible que se modifica cuando los pequeños respirar o lloran de manera intensa, pudiendo llegar a hincharse debido a la presión. En caso que la mollera del bebé se observe caída o hundida, es necesario consultar inmediatamente con el pediatra pues éste puede ser un síntoma de deshidratación o de alguna infección.
Es importante remarcar la necesidad de acudir al médico y evitar caer en tratamientos caseros que no hacen más que poner en riesgo la vida del bebé, pues hay familias que piensan que la mollera caída es producto del “mal de ojo” o un empacho, y esto los lleva a intentar solucionar el asunto siguiendo recomendaciones de familiares o conocidos.
Comúnmente, la mollera se observa como una parte plana que puede latir o sobresalir cuando, por ejemplo, el pequeño llora. Pero en caso que el niño se ecuentre tranquilo y la mollera adopte forma de globo, a lo cual se le puede sumar somnolencia o fiebre, es indispensable llevarlo con urgencia al médico.
Por lo general, la mollera se mantiene abierta hasta aproximadamente los 10 o 18 meses de vida. Luego, a medida que el pequeño crece, va cerrándose pues los bordes de la misma se juntan hasta soldarse completamente con los demás huesos del cráneo.
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