Parto inducido

Por lo general, el parto se produce naturalmente alrededor de la semana 40 de gestación. Pero si se excede  de la semana 41 y no existen señales de que vaya a producirse el parto, los médicos optan por inducirlo para evitar el sufrimiento fetal.
Existen determinadas técnicas que son empleadas por los médicos para provocar las contracciones. De este modo, si bien el trabajo de parto comienzo de manera artificial, pero el alumbramiento será igual a cualquier otro.
La inducción del parto es recomendada en aquellos casos en los que se produce la rotura prematura de membranas. Comúnmente, al poco tiempo de romper la bolsa de aguas empiezan las contracciones y la dilatación. Aunque no en todos los casos sucede esto. De ser así, la embarazada debe ser hospitalizada para mantenerla en observación durante por lo menos 24 horas, monitoreando con frecuencia el estado del feto y administrándole antibióticos a la mujer para evitar cualquier riesgo de infección. Si transcurrido ese tiempo no se desencadena el parto, entonces habrá que provocarlo.
Esta técnica de inducción suele ser empleada también en el caso que la madre posea alguna enfermedad, como diabetes, hipertensión arterial o problemas renales, pues las dolencias crónicas o agudas pueden afectar la salud del bebé e incluso de la propia embarazada.
Otro de los casos en que suele inducirse el parto es cuando el embarazo supera la semana 42 sin que la mujer se ponga de parto. En general, los médicos no suelen aguardar demasiado tiempo para provocar el alumbramiento, ya que ello aumentaría el riesgo de que se presenten complicaciones.
Cuando hay evidencias de meconio en el líquido amniótico, es fundamental provocar el parto ya que esto es señal de que el bebé no se encuentra bien.
También, se suele recurrir a una inducción cuando hay un crecimiento intrauterino retardado (CIR), donde el feto deja de crecer como consecuencia de que no se llega a nutrir correctamente; por preeclampsia, enfermedad que pone en riesgo la vida del bebé y la de la madre; o cuando la embarazada posee antecedentes de haber dado a luz a un bebé muerto en un parto anterior.

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