Según lo publicado en la revista The Lancet, la primera semana de vida del bebé es la etapa en que se producen más muertes infantiles. Dicha afirmación se desprende de una investigación que realizó esa publicación, a través de la cual se precisaron algunos síntomas que sirven para diagnosticar a tiempo enfermedades que pueden ocasionar el fallecimiento del bebé en su primera semana de vida.
Uno de los síntomas de los que hace referencia la investigación se centra en la dificultad del recién nacido para alimentarse. Por ello, si el bebé regurgita demasiado, debido a que poseen un exceso de ácido estomacal, o posee abundante moco espumoso en la boca, pueden ser un síntoma que indique la presencia de una enfermedad denominada atresia y fístula, la cual se desencadena cuando el esófago y la tráquea no se encuentran del todo desarrollados.
Por su parte, las convulsiones pueden ser síntoma de que el pequeño sufre de epilepsia así como de algún trastorno neurológico.
También, cuando el recién nacido presenta letargo, es decir, cuando solamente se mueve al ser estimulado, puede estar indicando diversas enfermedades, como por ejemplo la hipoglucemia, la cual se desata cuando la cantidad de glucosa en la sangre se encuentra por debajo de lo normal.
En cuanto a la temperatura corporal, si ésta es igual o mayor a 37,5 grados puede suponer alguna enfermedad o infecciones; mientras que si se sitúa por debajo de los 35,5 grados también es peligroso en especial si se trata de bebés prematuros.
Si la respiración es igual o mayor a 60 alientos por minuto, no es un buen indicador. La tasa de respiración de un bebé es de 40 alientos por minuto, por lo que se si el bebé mantiene una respiración agitada gran parte del tiempo es un síntoma que necesita ser estudiado por un profesional médico ya que el pequeño podría padecer algún problema respiratorio.
Por último, la investigación publicada por The Lancet señala que en caso que el pequeño posea una retracción grave del esternón da cuenta de la existencia de una dificultad en la inhalación del oxígeno, por la cual se retrae el tórax hacia las costillas por debajo del esternón o por encima de la clavícula.