Las hormonas del embarazo, sobre todo la progesterona, relajan los tejidos musculares y afectan a la vesícula, pues como la misma no logra contraerse lo suficiente, parte de la bilis queda almacenada en su interior, favoreciendo la formación de sedimentos o cálculos.
La enfermedad de la vesícula biliar en ocasiones es complicada de detectar en el embarazo porque sus síntomas, náuseas y vómitos, son similares a los de la gestación. No obstante, si tales síntomas no cesan luego del primer trimestre y el médico sospecha que el problema podría ser la vesícula, la forma más sencilla de detectarlo es mediante un ultrasonido.
En general, las mujeres tienen mayor predisposición que los hombres a tener problemas de vesícula. Aunque existen otros factores que influyen como la herencia genética, el sobrepeso, colesterol alto, consumo elevado de grasas y diabetes.
En la mayoría de los casos, los síntomas de la enfermedad suelen aparecer durante el tercer trimestre del embarazo o después del parto. Aunque también se pueden presentar al comienzo de la gestación, en aquellas mujeres que son más propensas a esta enfermedad.
Es bueno saber que la presencia de sedimentos o piedras en la vesícula no afecta directamente en el bebé. Sin embargo, sí pueden afectarle las consecuencias que la inflamación le genera a la salud de la madre, como puede ser la imposibilidad de alimentarse bien por los constantes vómitos o náuseas.
Durante el embarazo, una forma de reducir los síntomas y potenciales complicaciones es variando la dieta, evitando sobre todo la ingesta de grasas. Hacer ejercicio con regularidad tambien puede ser de ayuda.
En última instancia, el médico será quien valorará los efectos que está provocándole a la madre la enfermedad, ante a los riesgos de someterse a una cirugía. Pero, por lo general, la operación en embarazadas suele tomarse como última opción.
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