Riesgos del embarazo prolongado

Entre 37 a 42 semanas es lo que dura un embarazo normal. Cuando se sobrepasan las 42 semanas, contando a partir de la fecha de la última menstruación, es considerado un embarazo prolongado y, por ende, de alto riesgo. Dicha situación, ocurre con mayor frecuencia en mujeres menores de 35 años, generalmente madres primerizas.
Normalmente, se aguarda hasta la semana 41 y, en caso de no desencadenarse el parto,  se evalúa a través de ultrasonidos realizar una inducción o una cesárea para evitar futuras complicaciones. Para ello,  se lleva a cabo un seguimiento al estado de salud del bebé, evaluando los movimientos fetales, la frecuencia cardíaca y el funcionamiento de los órganos, entre otras cosas; la cantidad de líquido amniótico, ya que si disminuye  puede provocar trastornos en el feto; el buen funcionamiento del cordón umbilical para asegurar la buena nutrición del bebé, caso contrario habrá sufrimiento fetal; el estado de la placenta, pues si está madura no garantiza la nutrición del bebé, corroborar si el bebé elimina materia fecal (meconio), a través de la observación del líquido amniótico; y la madurez de los pulmones, para verificar si el bebé se encuentra preparado para respirar por sus propios medios.
Mientras no existan problemas en la gestación, se suele aguardar hasta la semana 42 para hacer una inducción del parto o una cesárea. Pasado ese lapso, se corre el riesgo de que el bebé aspire el meconio a sus pulmones.

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Preeclampsia: síntomas y tratamiento

La preeclampsia, también conocida como toxemia gravídica, es una enfermedad propia del embarazo que afecta entre al 5% y al 8% de las mujeres embarazadas. Dicha enfermedad es diagnosticada cuando aparecen cuadros hipertensión arterial, edemas y proteínas en la orina después de las 20 semanas de gestación, en el parto o inclusive luego del nacimiento. Con menor frecuencia, la preeclampsia puede aparecer antes de las 20 semanas de embarazo, en los casos de enfermedad trofoblástica gestacional o síndrome antifosfolipídico.
La enfermedad puede ser leve, moderada o severa, según las cifras de presión arterial y pérdida de proteínas en la orina, en tanto que su progresión puede ser muy lenta o aparecer repentinamente en la etapa final del embarazo. La preeclampsia se soluciona con el nacimiento, el cual deberá ser programado en base a la edad gestacional y el estado de salud tanto de la madre como del bebé.
Por lo general, la preeclampsia aparece en las últimas semanas de gestación y con un correcto control médico obstétrico, reposo, dieta equilibrada y la supervisión de la salud del bebé, no existen grandes riesgos para la salud de la madre y el bebé.
En los casos de preeclampsia severa, existe el peligro de afectación en órganos importantes maternos y alteraciones placentarias, que pueden ocasionar serias complicaciones tanto en la madre como en la salud del bebé, llegando a correr riesgo la vida de ambos. Por tal motivo, ante un caso de preeclampsia severa lo más conveniente es que se produzca el nacimiento lo antes posible, aún corriendo riesgos de prematurez importante en el bebé.
La preeclampsia está vinculada a una vasoconstricción arterial, lo que produce una disminución en la llegada de sangre a órganos maternos como los riñones, hígado, e, incluso, la placenta. Producto de ello, hay un disminución de la llegada de alimentos y oxígeno al bebé que impide un desarrollo intrauterino normal, además de una disminución en el volumen de líquido amniótico, y, en los casos más extremos, puede provocar un desprendimiento prematuro de placenta, pudiendo ser letal para el bebé.
Alrededor del 15 al 20 por ciento de los casos, la preeclampsia se complica con el Síndrome HELLP, el cual altera el proceso de coagulación sanguínea.
En un comienzo, los síntomas de la preeclampsia pueden llegar a confundirse con los síntomas propios del embarazo, como son el aumento de peso y la retención de líquidos. De ahí que la mejor forma de detectarla es a través del control de la presión arterial en cada una de las consultas prenatales y un estudio en orina para detectar proteínas. Por ello, es de suma importancia un buen control obstétrico.
Los síntomas iniciales de la preeclampsia son: aumento de peso de más de 2 kg. en una semana, hinchazón de cara, párpados, manos, pies o tobillos, alteraciones en la visión, dolores abdominales agudos, vómitos o náuseas, y cefaleas fuertes y persistentes.
Se especula que el origen de la enfermedad está vinculado a la existencia una predisposición genética hereditaria acerca de una intolerancia inmunológica al embarazo, aunque esto no es posible afirmarlo con certeza.
Lo que sí se sabe es que la preeclampsia es más frecuente en mujeres que sufren hipertensión arterial, diabetes, enfermedades de la coagulación previas, enfermedades autoinmunes y embarazos múltiples, así como también puede suceder en madres primerizas o en los extremos de la vida fértil.
En cuanto al tratamiento, el mismo va a depender del grado de severidad de la preeclampsia y de la edad gestacional. Generalmente, se indica la internación para realizar un estudio completo materno-fetal.
Si la enfermedad es leve y te encuentras en la semana 37 o más, lo más seguro es que se realice, según el caso, una inducción del parto o una cesárea, para prevenir complicaciones más severas.
En caso que no hayas llegado a la semana 37 y la enfermedad sea leve, sin  afectación del bebé, seguramente se te indicará reposo, acompañado de una dieta, medicación anti-hipertensiva y un control exhaustivo de la salud fetal.
Al desconocerse la causa final de dicha enfermedad, no es posible realizar un tratamiento preventivo completo.
Algunos estudios señalan que bajas dosis de aspirina y la suplementación con calcio podrían ser útiles para prevenir e inclusive tratar la enfermedad.
La mejor forma de prevenir la enfermedad es realizar un adecuado control prenatal y permanecer alerta ante cualquier síntoma, para consultar inmediatamente a tu médico e iniciar el tratamiento adecuado.